martes, 4 de noviembre de 2014

VOCES




Salí de la Mezquita mareado, por las columnas, los colores y los juegos de luces y sombras, le eché una mirada al patio exterior buscando algo que me sacase del delirio, y solamente pude ver una frondosa vegetación donde grupos de mexicanos, chilenos y japoneses debatían sobre arte. El sol era demoledor y el ambiente era asombroso, parecía una tarde  de otoño en el Yucatán. Entonces la vi, sacó su entrada y antes de acceder a la Mezquita se sentó debajo de una palmera, tenía un aire tristísimo, extrajo de su mochila una guía de bolsillo y un sobre abierto, manoseado, leído mil veces, y puso los ojos sobre él como la primera vez que llegó a su buzón, desplegó la carta que tenía dentro, entró en trance, era increíble el efecto, reía, sollozaba, era único, casi mágico, ni wasap, ni correo electrónico, ni red social que se precie, una carta roñosa, con sus tachones, su firma, su no te quiero ya, aunque cuánto te quise, sus caricias en el Trastevere, su primer beso. Terminó de leerla y puso una cara extraña, se notaba que había vuelto de un largo viaje, se le acercó un payaso y le ofreció un globo con forma de corazón, volvió a sonreír. 
Se levantó y se fue, de fondo volvieron las demás criaturas con su ruido y su furia, volvieron las arcadas y volvió esa eterna melancolía del final de la batalla, eso fue todo.