miércoles, 29 de agosto de 2012

FOR SALE


Museo Thyssen Bornemisza,Exposición de Edward Hopper

 El verano en Madrid es un juego de luces y sombras a más de cuarenta grados, una violenta asfixia de asfalto derretido y títeres supurando maquillaje a mediodía.
            Entre la cerveza, el vino tinto y la torta del Casar algo extraño pasó, un tipo emboscado en la soledad del Paseo del Prado hablaba en silencio a sus fantasmas, recordando la letanía constante de los fracasos etílicos, y nosotros, nos dimos la mano como la primera vez y cruzamos el umbral del Palacio de Villahermosa que se reveló cautivador y mágico, nos acordamos de cómo el niño Aureliano Buendía fue capaz de cambiar su vida el día que descubrió el hielo en el trópico de la mano de su padre. Avanzamos por un pasillo repitiendo párrafos enteros de Raymond Carver, los vigilantes del museo devoraban las horas pensando en sus chicas, nos miramos, y de repente de tus ojos fueron surgiendo sombras en la noche, casas fantasmagóricas, el estruendo hueco de los vagones del tren, surtidores varados en el óxido de las gasolineras, las ventanas impúdicas abiertas al canturreo de las limpiadoras y los payasos y los cómicos sonriendo mientras lloraban.
            Todo parecía una farsa o un decorado de cine, tal vez sean lo mismo, una mujer enigmática sobrevolaba una cama vacía, no estaba triste, no estaba sola, recibía el primer rayo de la mañana y lo demás no importaba, ni las facturas impagadas, ni los sueños truncados, ni los besos que nunca daría, Edward Hopper y la arquitectura de las cosas sencillas, un espacio directo al corazón del hombre.
Salimos de allí mareados, soltamos nuestras manos, no nos hemos vuelto a ver, desde ese día ya no somos los mismos.